• No results found

La división europea, como resultado del colapso entre el papado y el imperio, a principios del siglo XIV, introdujo cambios importantes en los sistemas políticos y económicos de la época medieval (Geymonat 2006: 211-220). Los descubrimientos científicos del momento reforzaron la confianza en el poder de la humanidad y su capacidad de aplicar la ciencia a todas las esferas del conocimiento. Tal situación, por lo tanto, coadyuvó a afianzar el humanismo como el movimiento filosófico más importante de la época y como pensamiento esencial que abriría la puerta a la nueva era que estaba por comenzar, el Renacimiento.

Así, hacia finales del siglo XV e inicios del XVI, la disputa filosófica entre los escolásticos (con una clara influencia teológica) y los humanistas (con una clara influencia clásica) crea una separación entre lo divino y lo terrestre como dos objetos de estudio diferentes. De la mano de humanistas, los nuevos descubrimientos tecnológicos no tenían que ver con lo espiritual, por lo que un nuevo orden de técnica y ciencia, en trabajo conjunto, logró un lugar privilegiado en el periodo renacentista. Al respecto, el mismo Geymonat (2006:

217-218) señala que este hecho no es el abandono de Dios, sino más bien la búsqueda del perfeccionalismo y el control de la naturaleza con la bendición de Dios. El impulso religioso se convierte en la fuerza interna para alcanzar lo más profundo de las potencialidades humanas.

Así, el contexto social liderado por el movimiento humanista y con el gran auge de los descubrimientos científicos se perfila como el ideal para la aplicación de las metodologías científicas a la lengua. No obstante, tal renacer lingüístico dentro del pensamiento científico tendría que esperarse hasta el siglo XIX para ver el despertar de sus propios postulados teóricos. El movimiento humanista mantuvo, al igual que en la antigüedad, una reflexión lingüística de corte filosófico, siempre mirando hacia el pasado, hacia los clásicos y sin ningún rigor científico, tal como se entiende hoy (Gauger 1989: 54-56; Munteanu 2005: 60).

5 Para aquellos interesados en una lista exhaustiva de obras dialectológicas, me parece prudente recomendar el trabajo de Sever Pop (1950), el cual contiene una recopilación completísima de los trabajos dialectológicos más importantes hasta mediado del siglo XX. Lo que ofrecemos aquí es un vistazo histórico, muy superficial, que contextualice al lector en lo que ha sido el recorrido de la dialectología a través de la historia.

Pero éste no era el único hecho que retrasaría la incursión de métodos científicos y sistemáticos en el estudio de la lengua. Fue, quizás, la actitud por parte del movimiento humanista hacia las lenguas vernaculares (francés, español, italiano, rumano, provenzal y portugués) lo que más afectó el surgimiento de un método de corte empírico que pudiera comprobar en la práctica las reflexiones filosóficas sobre la lengua. Los humanistas veían estas lenguas con desdén y poco dignas de ser estudiadas, por ser consideradas dialectos corruptos de las lenguas clásicas (latín y griego). La cultura clásica y la filosofía eran el pilar de admiración de los humanistas. Por lo tanto, sólo el latín y el griego eran las lenguas dignas de ser aprendidas y leídas (Percival 1995: 147).

Lo anterior refleja, a grandes rasgos, el contexto en que se hallaba el estudio de la lengua durante el periodo renacentista. Si embargo, no todo parece ser negativo para el florecimiento de la observación empírica de las lenguas vivas durante el Renacimiento.

Tavoni (1998: 46), apoyándose en Dionisotti (1970), da crédito a la inclusión del griego como objeto de estudio, ya que el estudio de dicha lengua y sus variantes vernaculares despiertan la curiosidad en lo vernacular, que poco después se reflejaría en el interés por lo vernacular de la lengua italiana. Al respecto dice: “In Italy, as Dionisotti has suggested (esp. 1970), the entrance of Greek into the Humanist system opened up some space for the recognition of the vernacular and its variants by breaking the monopoly of Latin as the language of culture”.

Así, retomando a Tavoni, a principios del siglo XVI, y como resultado de las trabajos etimológicos de tipo greco-vernacular, aparece por primera vez el término ‘dialecto’ dentro del argot académico. La confección de otros trabajos del mismo tipo con las variantes vernaculares del italiano sería sólo una cuestión de tiempo. Es en definitiva un momento crucial que permite un modelo de estudio para las lenguas en su ambiente natural.

Todo aquel remezón fue, sin duda alguna, de gran relevancia para la dialectología, por la apertura mental que significaba la introducción de las lenguas vernaculares en los debates académicos sobre la lengua. De esa manera, el embrión del estudio dialectológico empieza a desarrollarse. Un embrión que tiene mucho que ver con brotes académicos de corte dialectal anticipados a dicha época. Es decir, aún antes del auge de lo vernacular debemos mencionar dos nombres que se anticiparon metodológicamente a dicho auge y que representan sin duda el inicio de una revolución en materia de investigación lingüística. Ellos son Dante Aligheri, considerado por algunos como el primer dialectólogo (Renzi 1982: 39), y el teólogo y filósofo Bertolomeo Bengovlienti, de la corriente escolástica de principios del Renacimiento.

El primero, a principios del siglo XIV, logra reconocer y categorizar 14 dialectos dentro de la lengua italiana en su trabajo De vulgari eloquentia (1303-1304), demostrando con ello una capacidad observadora de los hechos de la lengua que se adelantaba a su época (Iordan 1970: 2). A partir de dicha categorización, según Sever Pop (1950: XXIV), Dante Aligheri funda la lengua escrita para el italiano. Esto da un impulso excepcional a una lengua vernacular que, por aquel tiempo, representaba tomar la delantera frente a las demás lenguas neolatinas y, a la vez, sentaba un precedente para las mismas.

El segundo nombre, Bartolomeo Benvoglienti, publica De Analogia huius nominis

‘verbum’ et qourundam aliorum, et Latina lingua gracan antiquiorem, a finales del siglo XV entre 1482 y 1485 (Tavoni 1998: 46). En la búsqueda de una solución al mito de Babel, la gran virtud de dicho trabajo, según Tavoni, recae en el hecho de aplicar métodos que se acercaban más a una verdadera metodología científica que aquellos que proponían los humanistas y sus gramáticas latinas de tipo prescriptivo.

En un periodo de humanistas y nuevos avances científicos, fue, irónicamente, un acercamiento teológico el que sentó un precedente de enorme importancia en lo venidero para la lingüística y el modelo empírico. La intención de Benvoglienti era la de aclarar el mito de Babel, es decir, la de llegar a la lengua original mediante un rastreo genealógico de las lenguas a partir de las afinidades entre las lenguas estudiadas. Para ello, debía situar tanto las lenguas clásicas como las vernaculares sobre la misma base analítica. Ahora, el cometido final no tuvo éxito, pero la aplicación de su método bien pudiera ser considerada como el primer intento de un estudio lingüístico histórico-comparativo. Al respecto, dice Tavoni:

“[…] Benvoglienti distinguishes the primary reality of the spoken language from secondary realities of the written language and literature, and opens up the possibility of studying autonomously the history of spoken languages. All languages share the same destiny, the same phonetic laws apply equally to noble and humble languages.

A great curiosity about actual reality is freed here from the strictures of classical grammar, thanks to a theological foundation”. (Tavoni 1998: 47)

Parece pues que lo que hace Benvoglienti es dar los primeros pasos en los principios de la lingüística histórico-comparativa, aunque no fuera sino mucho después (en el siglo XIX) que dicho método tuvo en verdadero auge de aplicación. Además, infiriendo de las palabras de Tavoni, Benvoglienti no sólo logra llamar la atención sobre la importancia del estudio de las lenguas vernaculares, sino que también abre espacio a la posibilidad de establecer leyes fonéticas universales, lo cual retomarían los neogramáticos varios siglos después, como argumento principal para explicar el cambio de la lengua. La geografía lingüística surgiría

justo después de aquellas propuestas neogramáticas. Pero esto lo retomaremos en su momento para no andar dando tantos saltos en el tiempo.

Otro hecho que permite inferir que ya a finales del siglo XV las lenguas vernaculares estaban despertando el interés de los académicos lo demuestra la escritura de la Gramática della lingua toscana (aproximadamente entre 1437 y 1441) por León Batista Alberti, y la publicación de la Gramática de la lengua castellana por Antonio Elio de Nebrija, en 1492.

Infortunadamente, la primera se mantuvo aislada en un único manuscrito, probablemente por el momento adverso de las lenguas vernaculares ante el gran auge humanista (Tavoni 1998:

29). Por tal razón, la gramática de Nebrija suele marcar el punto de referencia histórico en cuanto a la eclosión de las gramáticas de lenguas vernaculares, en razón de su extensa publicación e importancia nacionalista del momento. Está gramática representa, en cierta medida, una nueva fase para la lenguas vernaculares. El desprendimiento de las lenguas clásicas abre las puertas a un nuevo periodo en donde las vernaculares adquieren un papel protagónico entre los estudiosos de la lengua (Munteanu 2005: 53).

No es de extrañar, entonces, que durante los siglos XVI y XVII el debate entre las lenguas clásicas y vernaculares ocupara gran parte de la energía de los académicos del momento, que además se encontraban en un contexto de nacionalismo exacerbado que aceleró la producción de gramáticas y diccionarios de lenguas neolatinas, además de la apertura de academias de la lengua cuyo propósito era la protección de las lenguas nacionales, una vez llamadas vernaculares (Iordan 1970: 2). En el ambiente nacionalista de este debate también resultaron teorías como la de que los orígenes del francés venían directamente del griego (Tavoni 1998: 51). Bajo dicha teoría los nacionalistas franceses esperaban darle a su lengua un carácter de nobleza al emparentarlo directamente con una lengua clásica y, a la vez, desprenderse del estigma vernacular.

La emancipación de las lenguas vernaculares era, pues, una realidad que, en nuestra opinión, marcó un momento definitivo en la historia de la dialectología y su evolución. Pues si bien las gramáticas, fruto de esta emancipación, fueron casi en su totalidad de tipo normativo o prescriptivo (Munteanu 2005: 57), no se puede negar que el interés hacia los fenómenos de la lengua y la variación lingüística empezaron a tomar fuerza y a ser abordados desde otras modelos diferentes al meramente filosófico. Por lo tanto, se abren nuevas puertas de acceso al estudio de la lengua. Y no me refiero aquí sólo a los trabajos ya mencionados de Dante y Benvoglienti. Incluso pensadores de la corriente humanista se sintieron involucrados en el rescate de lo vernacular desde una perspectiva más inductivista. Así, por ejemplo, el

humanista Juan Luis Vives (1492-1540) se opone a las gramáticas tradicionales o normativas.

Su defensa de la lengua como un producto social lo lleva a plantear gramáticas netamente descriptivas que dieran cuenta del uso como factor primordial (Coseriu 1977: 62-79).