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3.- DATOS REFERENTES A LA VASIJA FABRICADA

II. 2.- LAS MANOS SIN CUERPO

Con el nacimiento de la Nueva Arqueología y su desarrollo procesual (Bindford, 1962, 1964, 1965, 1968, 1972; Clarke 1976, 1984; Watson et al. 1971; Fritz y Plog 1970), el concepto de tecnología sufre un importante reacomodo teórico. Bajo este paradigma, la cultura era entendida como un medio extrasomático de adaptación e interacción con el medio (Bindford 1965, 1968). Con su análisis se perseguía establecer algún tipo de patrón transcultural que explicase las regularidades observadas en el registro arqueológico. Esto llevo a entender al individuo cómo un ente relativamente pasivo, reflejo del medio que lo rodeaba. Toda trasformación cultural se concibió cómo un resultado externo, ambiental. En este sentido, Binford (1965, 1968) concebía la tecnología como una pasiva adaptación extrasomática que permitía a los seres humanos responder acertadamente a las condiciones materiales establecidas por la naturaleza.

Dentro de esta perspectiva se entendía que los componentes tecnológicos estaban fuertemente condicionados por el medioambiente y por aspectos funcionales, con el fin de mejorar la adaptación de las comunidades a su cambiante entorno.

Bajo el paradigma procesualista, la tecnología era la respuesta a la adaptación al medio natural cambiante y ello condicionaba una determinada opción tecnológica que, a su vez, de manera bastante hierática, ordenaba las relaciones sociales de producción y uso de dicha tecnología (Dobres 2000).

En ese planteamiento, que priorizaba un acercamiento positivista, subyacían visiones actualistas derivadas de los principios generales del Formalismo Económico y las teorías de optimización de los recursos y de los esfuerzos (Patterson 1990).

Conceptos como energía, maximización de esfuerzos, áreas de captación de recursos, costes, beneficios, y la utilización de dichos conceptos desde un prisma evolucionista adaptativo y con una finalidad de normativizar comportamientos, se convirtieron en herramientas fundamentales para el desarrollo interpretativo del paradigma procesual.

Con dichos planteamientos, la tecnología se separa del espacio social donde se genera, muy en consonancia con dos tendencias muy marcadas de la sociedad moderna:

epistemológicos que beben del esquema de racionalidad derivado de un contexto cultural industrializado y capitalista.

Un ejemplo paradigmático de esta visión es la que ofrece Dobres (2000) con la teoría defendida, entre otros, por Testart (1982, 1986, 1988) y analizada críticamente por Inglod, (1988) o Halperin (1994), donde, a través de un mecanismo unidireccional se explicaba como la necesidad de movilidad de los cazadores-recolectores para obtener los recursos les impidió un alto desarrollo tecnológico, lo que determinó, a su vez, la organización social sencilla de dichos grupos.

Otra visión procesual tecnológica, en su variante más sistémica, era la que concebía la tecnología como un subsistema tecnoeconómico (Clarke 1984; Harris 1979;

Sabloff y Willey 1967; Thomas 1974). Dentro de este marco interpretativo, la cultura se concebía como parte del engranaje sistémico que daba cobertura a las necesidades de adaptación y a los demás condicionantes exógenos (Clarke 1984). Ello se conseguía a partir de modelos sistémicos basados en el principio de que el funcionamiento de las sociedades era analizable realizando una partición interna en subsistemas o esferas.

Dicha conceptualización determinaba una manera concreta de articular la dialéctica existente entre sociedad y tecnología, en las que, ambas eran entendidas como partes del sistema por el cual el grupo se adaptaba al medio cambiante, sin que los agentes que inventaban, fabricaban y usaban la tecnología, tuviesen un papel relevante en el proceso de innovación y cambio.

Dentro de esta amplia corriente procesual, también podríamos destacar aquellos autores que entienden que las dificultades que tiene que superar la tecnología exige, y por tanto es la causa, de todos unos condicionantes sociales que deben producirse para dar la solución a esas exigencias tecnológicas (Hayden 1995, 1998; Testart 1982). En esta línea unidireccional de causa-efecto, el análisis tecnológico de los productos, de las

II.REFLEXIONANDO SOBRE TECNOLOGÍA

Dentro del análisis de la tecnología cerámica, la corriente de la Ceramic Ecology podría encuadrarse en esta línea de pensamiento. Influida enormemente en su inicio por los trabajos de Steward (1955), dentro de esta escuela podemos citar las aportaciones de Matson (1965a, 1965b, 1971, 1981, 1989), o Kolb (1989) que, si bien permitieron ampliar las interpretaciones en torno al uso y fabricación de la cerámica, la tecnología fue concebida, bajo la influencia de planteamientos funcionalistas, como una herramienta para estudiar el cambio cultural y la organización social de la producción a partir de la interacción con el medio o el control sobre los recursos. En estos planteamientos, la tecnología, limitada a un mero catálogo, era considerada desde un punto de vista esencialista, acorde con el medioambiente y las consideraciones funcionales que prevalecen (Arnold 1985; Rice 1987). “Ceramic ecology may be considered as on facet of cultural ecology that wich attempts to relate the raw materials and Technologies that the local potter has avaible to the function in his culture of the products he fashions (Matson 1965a: 203).

Según esta escuela, los comportamientos técnicos constituyen un medio entre los imperativos culturales, concebidos como campos de utilización de los productos, y las posibilidades ofrecidas por el medio natural (Gosselain 2002). En base a ello, se establecen estrategias para reconocer las características de los recursos disponibles y las necesidades sociales con el fin de comprender el comportamiento de los artesanos y artesanas. Como comenta Gosselain (2002), el trabajo de Matson, si bien estableció como prioritarias las variables funcionales y adaptativas al medio natural como ejes interpretativos de los cambios en la producción cerámica, tampoco subestimó el papel del medio social, al entender que podían darse una serie de opciones técnicas equivalentes y funcionalmente válidas, por lo que cabía incorporar un cierto grado de arbitrariedad, de variable social, a la hora de explicar la opción técnica elegida.

Con la incorporación de las premisas procesualistas (Bindford 1965, 1968;

Dunnel 1978; Rathje y Schiffer 1982) la ecología cultural, y su variante de análisis cerámico, giraron hacia cierto determinismo ecológico y funcional en la interpretación de los cambios.

Bajo este paradigma, los postulados interpretativos en torno a la producción

1.- El condicionamiento del medio natural en el proceso productivo, visualizado en diferentes parámetros, como por ejemplo, que las arcillas están seleccionadas por sus propiedades físico químicas en tanto que se adaptan a los tratamientos a realizar (Arnold 1971, 1985; Klemptner y Jonson 1986; Rice 1987; Rye 1977, 1981; Rye y Evans 1976;

etc.). Además, la elección de las estructuras de combustión está condicionada por la naturaleza y disponibilidad del combustible, o que los condicionamientos climáticos obligan a los artesanos y artesanas a un trabajo de tipo estacional o a generar respuestas adaptativas al medio adverso (Allen y Zubrow 1989; Arnold 1975, 1985; Kolb 1989;

Rice 1987; etc.).

2.- La transformación de la arcilla en cerámica es un proceso complejo en el que se producen accidentes en todos los niveles de la cadena operativa, especialmente para aquellos que no siguen el procedimiento establecido. Las etapas del proceso de fabricación están estrechamente ligadas, por lo que un cambio en una de ellas condiciona las fases sucesivas (Rice 1984b, 1984d; Schiffer, y Skibo 1987)

3.- La función en los contextos de utilización de los objetos determinan las características mecánicas de los recipientes. La funcionalidad es lo que condiciona la elección de los materiales a partir de sus características físico-químicas y resistencias (Braun 1983; Rice 1987; Rye 1976; Schifer y Skibo 1987, 1997; Schifer et al. 1994;

Young y Stone 1990; etc.).

Como han comentado muchos autores (Gosselain 2002; Dietler y Herbich 1989, 1994; Plog 1980; Van der Leeuw 1993; Van der Leeuw et al. 1991; Dobres 2000;

Lemonnier 1991; etc), la aplicación de estos tres conceptos bajo el paradigma procesualista ha conducido a ignorar la dimensión cultural de los comportamientos técnicos y a abordar los cambios desde perspectivas adaptativas y funcionales con un marcado carácter mecanicista, e incluso, a explicar la diversidad técnica a partir de

II.REFLEXIONANDO SOBRE TECNOLOGÍA

En esta misma línea cabría citar los trabajos del Instituto de Tecnología Cerámica de la Universidad de Leiden (Holanda) (Franken 1969, 1971, 1974; Franken y Kalsbeek 1975, 1984, Kalsbeek 1980; Van As 1984, 1987; Van der Leeuw 1976a, 1976b, 1984a), donde se desarrolló un análisis de la producción cerámica desde el punto de vista de la técnica desarrollada por el artesano, entendida como una adaptación extrasomática en la línea procesual binfordiana, por la que el artesano se adaptaba a las condiciones materiales establecidas por la naturaleza a través de la tecnología aplicada.

Estos autores centraron su estudio en las relaciones entre tecnología, forma y materias primas, en el que la cerámica se conceptualizaría como el resultado de la suma de la capacidad técnica y los requerimientos de su función, lo que obliga a ver a la producción cerámica como un continuo flujo entre posibilidades (materiales y técnicas) y demandas (funciones) (Van der Leeuw 1976a, 1976b, 1977).

En este contexto, la tecnología, entendida como aquella respuesta más eficaz de gestionar los recursos naturales (Bindford 1968, Dunnell 1982, Foley 1987, Torrence 1983), adquirió un papel central en tanto que permitía explicar cómo las culturas funcionaban, se mantenían o cambiaban sobre la base de su adaptación al medio. Esta aproximación al concepto de tecnología y su relación con la sociedad, estructuró estrategias de investigación que pretendían responder a preguntas cómo: ¿qué objetos se fabrican?, ¿cómo se hacen y cómo se usan?, y con ello, conocer qué grado de control sobre la naturaleza se obtiene. Con esos objetivos, en la mayoría de casos se adoptó una estrategia de análisis “cuantificable, neutra y materialista”, combinada con un concepto de tecnología no ligada a un espacio y a un tiempo concreto, se separaba al producto del productor, a la persona de sus utensilios y, por tanto, no se integraba en el espacio social que ocupaba y no se establecía una preocupación sobre el estudio de los agentes, de las estructuras económicas, sociales e ideológicas, o de las mutuas relaciones de doble dirección que intervienen en todo este fenómeno (Dobres 1995, 2000).

Ello influyó en que muchas de estas aproximaciones a la tecnología se redujeran al estudio (en muchas ocasiones altamente analítico y tecnificado) de los materiales y de los procesos secuenciales que acaban configurando un objeto, incorporando conceptos como maximización de esfuerzos, efectividad, etc. (Kehoe 1992; Keller 1992;

Lewis-cronocultural donde se ubica, y en el que se define un esquema de racionalidad, unos valores y unas relaciones de poder determinadas. Esta visión tiende a priorizar las comparaciones tecnológicas entre comunidades desde un punto de vista evolucionista lineal, en el que se establece una correlación entre complejidad tecnológica y desarrollo social, estableciendo cierto “determinismo tecnológico” (Dobres 2000; Ingold 1995) sin que ello ayude a explicar los mecanismos que intervienen en los cambios culturales.

Esta visión ha priorizado unas estrategias de investigación en el que aspectos como la obtención de materias primas, la producción de los objetos, con su fabricación y diseño, así como la funcionalidad de los mismos y su análisis morfométrico se ven como los aspectos básicos y, en muchos casos, exclusivos de un análisis tecnológico. En dicho análisis, que prioriza un acercamiento positivista, subyacen visiones actualistas (Leone 1982; Wallace 1986) derivadas, como hemos comentado anteriormente, de los principios generales del Formalismo económico y las teorías de optimización de los recursos y de los esfuerzos (Happerin 1994; Dobres 2000; Nelson 1991). En el fondo de todo ello, esta tecnovisión está directamente relacionada con las condiciones materiales, políticas sociales, estructurales y, especialmente ideológicas, del entorno cultural de los autores que la gestaron y que construyeron un edificio materialista, racionalista e instrumentalista, propio del capitalismo (Habernas 1970; Marcuse 1964, 1968; Wolf 1982; Mitcham 1994; Pippin 1995; Winner 1977, 1986; Weber 1946; Dobres 2000;

etc.).

Este mismo enfoque racionalista, positivista y moderno ha generado la separación, no instrumental, sino conceptual entre el sujeto de la tecnología, es decir el agente creador (artesanos y artesanas, sus relaciones sociales, sus valores y creencias, el espacio social que ocupan, etc.) de los objetos físicos que éste crea (Dobres 2000). Ello ha ocasionado una ruptura, y por tanto, una lectura incompleta del fenómeno, al no

II.REFLEXIONANDO SOBRE TECNOLOGÍA

material arqueológico sobre aquellas que incluirían variables más sociales relacionadas con la tecnología:

- El hecho de que sería más fácil el control de las variables asociadas al análisis de los materiales que conforman los objetos que el de las particularidades culturales en las que están insertos3.

- La premisa de que las condiciones naturales preceden a las culturales a la hora de condicionar lo que las personas pueden o no hacer. Esta línea argumental se hace especialmente fuerte al entender que las características naturales de los materiales determinan las respuestas tecnoeconómicas.

- Que el hecho de separar el análisis material del objeto de su vertiente social es únicamente “temporal y heurística”. Separación realizada con el fin de comprender cada uno de los mecanismos que interactúan.

En definitiva, bajo el paradigma procesual, la adaptación al medio cambiante y a las necesidades materiales se convirtieron en los grandes agentes activos del desarrollo tecnológico, mientras que los seres humanos eran concebidos desde una postura pasiva a estos “estímulos externos”. (Dobres and Hoffman 1994; Latour 1992; Pfafenberger 1988; Winner 1986; Dobres 2000).

Si bien algunas de estas líneas argumentales incorporan reflexiones de peso, se enmarcan en una determinada contingencia histórica y responden, en la mayoría de casos, a planteamientos epistemológicos que beben del esquema de racionalidad derivado de un contexto cultural industrializado y capitalista, donde se establece una clara priorización de los aspectos más tangibles derivados de la racionalidad tecnoeconómica, sobre aquellos más intangibles derivados de la dimensión sociosimbólica.