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La profesión médica: los componentes de su definición

Capítulo 2. Profesiones, Sociedad y Medicina

2.2. La profesión médica: los componentes de su definición

Todas las definiciones tienen varios componentes. La profesión médica fue definida

Manuel Granda González se doctoró en 1865 con un discurso de tesis titulado De los deberes que el médico tiene contraídos con la Humanidad. El autor afirma que los deberes del médico podían resumirse en dos proposiciones:

1. El médico debe poseer todas las condiciones científicas indispensables para el ejercicio de la profesión y…

2. “conducirse con los enfermos, con la sociedad, como lo aconseja la moral cristia-na, criterio de todas las acciones, así del hombre dedicado al ejercicio de la medici-na como de los que desempeñan otras profesiones” (p. 6).

Aproximadamente 50 años después de estas proposiciones –que muchos alumnos de doctorado también formularon–, el 6 de julio de 1919, Juan Valenzuela Alcarín84 pro-nunciaba su discurso de recepción académica en Palma para ocupar la vacante de su fallecido hermano, el también farmacéutico Victor Valenzuela. Tituló su discurso La Ciencia y la Profesión y fue contestado por el académico Pedro Jaume Matas. Valenzuela recurre a la figura de su hermano para disertar, posteriormente, sobre la problemáti-ca situación que percibían los profesionales de las ciencias médiproblemáti-cas mallorquinas. El extracto que sigue resume parte de las ideas sobre la figura del profesional, encarnadas en su hermano:

“Mi hermano estaba iniciado para la ciencia; poseía conocimientos fundamen-tales que le facilitaban la penetración en los cálculos y la memoria que no le era escasa, con posesión de varios idiomas, le proporcionaba la amplitud en el saber.

Era un factor inteligente en una de las dos ramas, dígolo (sic) así, que constitu-yen los estudios de la Facultad de Farmacia. Es decir, como alumno salido de las aulas, era un hombre de ciencia, como profesor ya en el ejercicio de la profesión, no era alumno tan siquiera.

En los tiempos presentes de excesiva concurrencia, con la lucha por el vivir, pro-ducto de la profesión, hace muchos años que dejó de existir profesionalmente mi hermano, no había nacido para ejercerla. […].

De aquí mi manera de pensar que el farmacéutico con farmacia abierta, difícil-mente puede tener tiempo para cultivar cuanto aprendió en las Aulas. El dualis-mo entablado entre la ciencia y la parte económica, base fundamental de su vivir, resta en extremo, desgraciadamente, su vocación por la ciencia. Por eso titulo este trabajo La Ciencia y la Profesión” (Valenzuela Alcarín, 1919: 10).

84 Licenciado en Farmacia. Académico de número de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Palma (1918-1936).

Valenzuela había definido la ciencia, con ocasión de la organización del Congreso Regional de Ciencias Médicas, como: “el advenimiento del hijo predilecto de la Huma-nidad” que llevaría, como era creencia habitual en la época, el progreso a todas partes y a todos los conceptos (p. 12). Apuntaba, asimismo, que no necesitaba recurrir a la metáfora del árbol frondoso que renueva sus hojas puesto que el constante sustituir de unas teorías por otras era la base del verdadero progreso científico y la verdadera unificadora de las profesiones aunque la controversia fuera siempre necesaria:

“Filosofar, en una palabra; reflexionar, comparar, deducir enseñanzas para apli-carlas luego al ejercicio de nuestras profesiones, una ciencia exenta de pasiones que estudiara lo más grande y lo más pequeño en todas las manifestaciones de la vida” (p. 13).

El discurso de Juan Valenzuela supuso un llamamiento a la unidad de los profesion-ales de las ciencias médicas. Sin embargo, la contestación de Pedro Jaume y Matas85 permite abundar en la idea de profesión en el momento en que se gestaba la sociología de las profesiones.

Este médico se plantea, en primer lugar, la naturaleza del “Trabajo” parafraseando las palabras de un “eminente pensador”: “trabajo es aleación variable y misteriosa de los esfuerzos mecánicos, intelectuales y sentimentales” (p. 28) para concluir que ninguna ciencia profesional responde mejor a esta afirmación que la médico-farmacéutica. No obstante, Jaume y Matas califica de “simple palabrería” la reducción al binomio teoría-práctica representadas por la Ciencia y el Arte. Por esta razón, al título de la diserta-ción del socio ingresante – La Ciencia y la Profesión – añade un nuevo elemento: el Arte.

Pedro Jaume hace un repaso “líbrico” (sic) a estos elementos para afirmar que puede existir “Ciencia sin Arte sin profesión, y, en cambio, estos dos extremos no pueden realizarse sin el factor Ciencia que es en resumen una concepción abstracta” (p. 30),

85 Natural de Marratxí y vecino de Palma. Licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad de Barcelona. Socio de número de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Palma desde 1900 hasta 1920, por defunción. Ejerció diversos cargos en dicha institución. Fue miembro del Colegio Médico-Farmacéutico de Palma de cuya directiva formó parte en los años 1896-1898, presidente en 1906 y 1907.

Miembro del Colegio Oficial de Médicos desde 1899 y del Colegio Provincial de las Baleares desde 1918

que debe ir acompañada siempre de la Ética: “Arte y Profesión persiguen lo que puede ser útil y aplicable. Saber es el fin científico, hacer es la profesión” (p. 31). Un “saber”

que solo podía alcanzarse mediante tres operaciones: observar, comparar y, especial-mente, generalizar o abstraer puesto que “[e]l sentir y observar, solo pueden constituir un montón informe y confuso, sin relación ni coherencia, sin constituir la verdadera Ciencia” (p. 31).

Ambos ejemplos ponen de manifiesto la doble naturaleza de la profesión: por una parte la disciplina, la ciencia, el conocimiento abstracto. Por la otra, la práctica. El conocimiento abstracto se ha constituido como uno de los rasgos definitorios de las profesiones (Haliday, 1987; Larson, 1977; Abbott, 1988; Macdonald, 1995), y baste recor-dar la definición dada por Murphy en la que define el conocimiento profesional como

“formally rational, abstract utilitarian knowledge” (1988: 245).

Macdonald (1995) expone la relación entre la especificidad del conocimiento abstracto y las profesiones. Según este autor, las profesiones solo fueron viables cuando el cono-cimiento emergió como una entidad independiente de otras instituciones, normal-mente la Iglesia, y cuando el mercado adquirió suficiente relevancia para poder prestar de manera privada servicios basados en este conocimiento.

La emergencia del conocimiento como entidad independiente es, según Gellner (1988), una de las principales características de las sociedades modernas y se focaliza en el mundo empírico de la Naturaleza (Macdonald, 1995: 158). Este hecho tuvo lugar, según Macdonald, con el advenimiento de la Revolución Industrial y el capitalismo. Estas tesis fueron ampliamente desarrolladas por Larson (1977) que relaciona el auge de las profesiones con las propuestas de Polany en “La Gran Transformación” y el “mila-gro europeo” de Jones. El conocimiento que aplicarían las profesiones sería aquel que tuviera el aval de las certificaciones y las credenciales, que en la Europa Continental otorgaban los Estados (Weber, 2001).

La relación entre teoría y práctica, como ha puesto de manifiesto Broman (1995) para el ámbito de la historia de la medicina alemana, es un asunto prácticamente olvidado por parte de los sociólogos de las profesiones a pesar de que “professions are

occupa-tions that claim to join theory and practice” (1995: 836). Asimismo, el conocimiento del médico ha variado a lo largo del tiempo puesto que su misión también lo ha hecho.

Cook (1994), en un artículo cuyo título resume este supuesto – Good Advice and Litt-le Medicine: The Professional Authority of Early Modern English Physicians -, expone la importancia del médico y su autoridad como consejero gracias a su erudición y for-mación humanística. Broham (1995) también lo ha demostrado para el caso alemán y Laín Entralgo para el español (1983; 1986).

Foucault desarrolló la relación entre la teoría y la práctica como instrumento de aná-lisis de la sociedad burguesa liberal. Algunos estudiosos de las profesiones, como Lar-son (1990) y Goldstein (1984), han adoptado posturas foucauldianas para acercarse al fenómeno del profesionalismo introduciendo el concepto de “disciplina”. Goldstein describe “disciplina” como un concepto ambiguo: “the maintenance of a set of rules and the punishment meted out of their infrigement” pero también como “a branch of knowledge” (Goldstein 1984: 178) que implica la construcción de la “verdad”, así como el ejercicio del poder. Larson (1990), por su parte, sostiene que la verdad es una cues-tión de autorización y de poder incluso para dotarla de superioridad epistemológica

“boldstered by the structural links that modern societies establish between knowled-ge and practice, education and occupation, schools and work” (p. 37).

La definición del campo médico durante la segunda mitad del ochocientos se centra en dos aspectos: la construcción de la “disciplina” y la “incorporación”86 del médico mediante un habitus en la práctica de la medicina. La importancia del conocimiento médico del xix radica en la supuesta cientificidad de este con el advenimiento del posi-tivismo y la contribución de las ideas de Claude Bernard y la medicina experimental.

Como señalan Burrage et al. (1990), en el estudio de las profesiones conviene diferenci-ar entre los productores de conocimiento, normalmente localizados las universidades, y los dedicados a la medicina práctica. Analizar uno de los aspectos clave de la profe-sión médica española – la ciencia – y relacionarlo con la construcción de la profeprofe-sión requiere, a mi entender, introducir dos elementos esenciales que, a su vez, también influirán en la práctica de la medicina. Los dos elementos a los que se hace referencia

son: la anormal asimilación de las teorías médicas en el siglo xix español y la escasa capacidad curativa de los medicamentos.

López Piñero (1964) ha establecido tres etapas en el desarrollo de la medicina española condicionadas por las circunstancias políticas, socioeconómicas y culturales si bien, como el mismo autor apuntaba (1992: 201), los estudios han introducido numerosas rectificaciones de detalle aunque se mantenga la vigencia como marco cronológico general.

•  El primer periodo corresponde al denominado “periodo de catástrofe” y abarca la Guerra de la Independencia y el reinado de Fernando VII (1809-1833). Dicha etapa se caracteriza por el colapso de una ciencia Ilustrada ascendente y una fuerte disputa entre liberales y absolutistas.

•  El segundo periodo, “etapa intermedia”, coincide con el reinado de Isabel II (1834-1868) y en él se asentaron las bases de la recuperación de la medicina española mediante la introducción de las novedades europeas del momento, la asimilación de la medicina anatomoclínica y la introducción de “la medicina de laboratorio”, basada en la investigación microscópica y experimental de laboratorio.

•  Por último, un tercer periodo que arranca con la revolución democrática de 1868 hasta el final de la centuria, caracterizado por la práctica recuperación de la medi-cina española en todos los ámbitos, la plena introducción en patología y medimedi-cina clínica de las tres corrientes de la “medicina de laboratorio”: la centrada en la pato-logía celular, la fisiopatopato-logía y la etiopato-logía basada en la microbiopato-logía (López Piñe-ro 1992: 234). Asimismo, la actividad científica se desarPiñe-rolló en plena libertad desde el punto de vista ideológico.

•  J.M. de Miguel (1982: 109) sostiene la hipótesis de López Piñero, quien afirma que tras el periodo “de catástrofe” la medicina española ya no se recuperaría y que la inserción normal en la sociedad –“viviendo apartada de ella, con un desarrollo científico basado únicamente en algunos personajes aislados, y sin el desarrollo de las instituciones adecuadas”– no sería una realidad hasta bien avanzado el siglo xx.

La profesionalización de la medicina en el xix estuvo marcada, a mi entender, por una

de las características de la relación médico-paciente: la limitada capacidad de curación de la medicina. Shorter ha establecido tres periodos en la relación médico-paciente desde el siglo xviii. El periodo “moderno” se corresponde grosso modo al siglo xix y las características que lo definen son las siguientes:

1. Excellent in history-taking, for the anatomical-clinical method attached great importance to the chart, the course of the illness;

2. Excellent in clinical investigation, especially in the physical examination of the patient;

3. Excellent in diagnosis, genuine differential diagnoses organized about elucida-ting a “chief complaint” appearing now for the first time;

4. Terrible in therapeutics, there being few effective medications (1993: 789) (Énfasis añadido).

Por tanto, en el camino hacia la construcción del paradigma biomédico87 y la “mod-erna” profesión médica fueron cruciales la construcción de la “disciplina”, la adquis-ición de medicamentos susceptibles de curar y la práctica ejercida por “el buen doctor”

(Comelles, 1998; 2007).

El enorme avance de la cirugía desde el siglo xviii también supone un factor impor-tantísimo para el desarrollo de la medicina. Hasta el periodo de plena unificación profesional, se produce un cierre social por inclusión de la medicina respecto de las técnicas y avances de la cirugía. En este caso asistimos a la adquisición de técnicas manuales en la creación de una profesión que, como hemos visto, basa su especificidad en el conocimiento abstracto y en cuya trayectoria histórica la diferenciación entre el trabajo manual –minusvalorado– y el trabajo intelectual fueron esenciales.

2.2.1. La Ciencia

“¿Qué es la medicina? ¿Qué son los médicos en el terreno filosófico?” (Ceraín, 1855: 14). ¿La medicina es una ciencia?, ¿La medicina tiene principios ciertos, de 87 Las características del modelo hegemónico biomédico son: biologicismo, ahistoricidad, pragma-tismo eficaz y mercantilismo (MENÉNDEZ, E. L., 1981: 322); esta medicina se desarrolla en el medio

los cuales puede deducir consecuencias legítimas y seguras en su aplicación?

(Ortego, 1855: 6).

Estas son solo algunas de las preguntas que los estudiantes de doctorado del siglo xix español planteaban en sus disertaciones y que ilustran la cuestión de identidad pro-fesional. Una punto importante en el estudio de cualquier profesión es definir cuáles son su misión y sus objetivos: “who was doing what, to whom and how” (Abbott, 1988:

1). Este hecho no pasa inadvertido a los practicantes de la medicina del siglo xix que suelen definir su disciplina antes de abordar muchos de los temas profesionales.

La medicina se percibía como una ciencia “importantísima que se ocupa del estu-dio de la obra más perfecta y complicada de la Creación” (De Rivas, 1866: 5) cuyos dominios eran la estructura material, la composición elemental y “la fuerza dinámica o principio que la anima” (p. 5) cuya misión y objetivos son la prevención y la “[res-titución] de la salud que por desgracias haya perdido” (Porta, 1845: 7). Muñoz (1878) afirmaba que el objeto de la medicina era el conocimiento del hombre sano y enfermo con el fin de perfeccionarlo en su desarrollo físico y determinar la influencia orgánica de las acciones morales; prolongar su existencia hasta los límites que corresponden a la vida, prevenir las enfermedades y curar o paliar los estados morbosos cuando la curación fuera imposible. En definitiva: el ser humano, su perfeccionamiento y la con-servación de la vida. La naturaleza de este objeto –el ser humano y la vida– marcará la visión que los médicos tenían de ellos mismos y por ende, la que la sociedad tenía de la “clase” autorizada para cuidar las dolencias88. La siguiente definición sintetiza el pensamiento de los profesionales respecto a su misión:

“La misión benéfica de la medicina es acoger al débil ser de nuestra especie des-de que abre los ojos a la luz, fortificar su des-delicado organismo, preservarle des-de las enfermedades y de los contagios, hacerle feliz con sus consejos, consolarle en sus sufrimientos, devolverle la salud perdida, prolongarle la existencia hasta donde es posible y cuando no es posible, sembrarle de flores el camino que le ha de con-ducir a otra vida mejor” (Sánchez Salgues, 1854: 5).

Sin embargo, con el discurrir de la centuria la medicina no se contempla solo como patología y terapéutica y “suponer esto, sería desheredar a la sociedad de una

multi-88 En los escritos de los años centrales de la centuria es muy habitual encontrar la palabra “dolencia”

al referirse a las enfermedades.

tud de útiles lecciones que no pueden recibir de otra parte, es desamparar un medio poderoso de perfeccionamiento” (Lastres, 1864: 12) en clara alusión al papel cada vez más importante de la medicina en relación con la justicia y la Administración, el higienismo, la infancia, etc., es decir, el proceso de medicalización de la sociedad. Los profesionales médicos del xix perciben la medicina como adalid de la civilización y el progreso y por lo mismo se consideran agentes civilizadores. 89

La medicina en el siglo xix necesitaba –como el resto de las ciencias – de una división interna que permitiera su conocimiento, puesto que la inteligencia humana era inca-paz de abarcar todos los conocimientos existentes. Los autores consultados establecen varias divisiones que quedan resumidas en una clasificación tripartita: el estudio de Dios, del universo y del hombre, es decir, la Teología, la Cosmología y la Antropología.

La medicina quedaba incluida en la Antropología y los médicos la consideraban la más antigua y difícil de todas, como atestiguaba el célebre y citado aforismo hipocrático:

Vita brevis, ars longa, experimentum periculosum judicum dificile. La medicina tenía por objeto al hombre, un homo dúplex:

“La misión principal del que aspira a conocer la obra predilecta de la naturaleza es la de que no aparte nunca su memoria de lo atrevido y limitado a su empeño, ni su vista de lo complicado de la máquina que va a estudiar, verdadera síntesis de todo lo creado” (López, 1866: 8-9).

Sin embargo, el “sacerdote de Esculapio” debía considerar al ser humano no como un ente abstracto separado de la naturaleza, sino limitado por esta; un ser de constitu-ción dual pero natural en el que tomaban parte las fuerzas físicas, químicas y orgáni-co-animales así como las anímicas. De este modo, aunque:

“[El ser humano es] cuerpo y espíritu, lo miramos solamente como ser natural, guiándonos por su exterioridad, objetividad y observación para llegar a conseguir la experiencia, única fuente de criterio de las verdades de la vida” (López, 1866: 9).

Estudiar al ser humano “naturalmente” significaba excluir abstracciones filosóficas que, según los médicos, obstaculizaban el progreso de la medicina, conjugando de este modo una solución al problema sobre la acusación que se les hacía de ateos:

“[r]econozcamos en la más completa obra de Dios una cosa que no es cuerpo, y que llamamos alma; y una fuerza constante y estable que rige, gobierna y defien-de nuestra máquina orgánica, siquiera no sepamos el secreto defien-de cómo lo hace; y contentémonos con estudiar al hombre naturalmente” (Rivas, 1867: 18).

El problema que se presentaba a los médicos españoles sobre esta abstracción se cen-traba en los denominados “sistemas médicos” que habían monopolizado el devenir de la medicina desde antiguo. Santucho90 afirmaba que las profesiones españolas estaban despertando del letargo y que se encontraban en un momento de reorganización y de vigor gracias al ambiente que se respiraba en el país. Señala el autor el “fervoroso culto” que recibían las ciencias exactas, las físicas e incluso las biológicas para pre-guntarse “¿Participa la Medicina de iguales ventajas?” (1866: 51). Esta pregunta tiene, a lo largo de un periodo bastante amplio, una respuesta que permite entender de qué manera se construye la idea de profesión entre los facultativos. Este autor se pregun-taba si existían obstáculos que imposibilitaran la cuestión planteada, y no duda en contestar afirmativamente. Santucho, como la mayoría de sus colegas profesionales, señala como culpables del escepticismo de la sociedad de su época a los sistemas que poblaron la medicina, en su teoría y en su práctica Esta heterodoxia disciplinar había forjado la sensación, entre médicos y pacientes, de que se trataba de una ciencia

El problema que se presentaba a los médicos españoles sobre esta abstracción se cen-traba en los denominados “sistemas médicos” que habían monopolizado el devenir de la medicina desde antiguo. Santucho90 afirmaba que las profesiones españolas estaban despertando del letargo y que se encontraban en un momento de reorganización y de vigor gracias al ambiente que se respiraba en el país. Señala el autor el “fervoroso culto” que recibían las ciencias exactas, las físicas e incluso las biológicas para pre-guntarse “¿Participa la Medicina de iguales ventajas?” (1866: 51). Esta pregunta tiene, a lo largo de un periodo bastante amplio, una respuesta que permite entender de qué manera se construye la idea de profesión entre los facultativos. Este autor se pregun-taba si existían obstáculos que imposibilitaran la cuestión planteada, y no duda en contestar afirmativamente. Santucho, como la mayoría de sus colegas profesionales, señala como culpables del escepticismo de la sociedad de su época a los sistemas que poblaron la medicina, en su teoría y en su práctica Esta heterodoxia disciplinar había forjado la sensación, entre médicos y pacientes, de que se trataba de una ciencia